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LEE. LEE. LEE

No te pierdas estas lecturas, si quieres saber cómo, pero sobre todo, quién y desde cuándo: “Crímenes ejemplares”, de Max Aub. “Bestiario”, de Juan José Arreola. “Greguerías”, de Ramón Gómez de la Serna. “Casa de muñecas”, de Patricia Esteban Erlés. “Ajuar funerario”, de Fernando Iwasaki. “Opio”, de Jean Cocteau. “Historias de cronopios y famas”, de Julio Cortázar. “Cuentos de un minuto”, de István Örkény. “Cuentos breves y extraordinarios”, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy-Casares. “Obras completas y otros cuentos”, de Augusto Monterroso.

CONTRATO

Nuestro acuerdo era amarnos hasta que el mar se secara. Y aquí me tienes: achicando agua de la fosa atlántica para acelerar el proceso.

MATERNIDAD

Mi hijo Manuel, el más chico, quiere ser artista. Pero no, como Conchita Piquer o como esos que ponen las paredes perdidas de manchurriones y a vivir. Qué va. Manolito quiere descuartizar como los profesionales. Él no va a pasar por lo mismo que pasé yo, que siempre quise ser costurera de los Tavío y aquí me tiene, gracias a la sonada de mi madre, limpiando casas por diez euros la hora. Él va a tener la mejor maestra, porque cuando yo me pongo a algo, ya se lo digo, no hay quien me supere. Y ahora, si a usted no le importa, le voy a poner la cinta en la boca, porque estoy segura de que esto, le va a doler.

AMOR INFINITO

A mi madre se la conocía por sus actos. Jamás nos recogió del Colegio con puntualidad (la Señorita Ana nos compadecía con rodajas de piña tropical bañadas en lástima y un tufo a Eau Jeune ) o nunca nos llevó a Don Ruperto, el pediatra, cuando la fiebre subía a más de 39. Ahora, mamá nos ama desde el cielo y ya no puede decirnos que hagamos nuestra cama, a golpe de esclava de goma. Mamá nos mira desde arriba, con los ángeles y arcángeles. Desde el mismo lugar al que la mandé de un empujón, contra una roca.

PEQUEÑECES

Querida, queridísima Deisi: ¿Cómo estás, tesoro? Qué alegría saber de ti, cariño. Como sabes, hace poco que me mudé y no conozco muy bien el barrio, por lo que no te puedo decir si la Mari Carmen del Instituto y de la que me hablas en tu correo, es la que vive al lado del Hiper Dino, la verdad. Te confieso que tampoco es que haya dedicado mucho tiempo a conocer a nadie, ni a caminar la zona. En fin, Deisi, hija, en honor a la verdad, no me interesa este barrio, ni me interesa esta gente, ni me interesa nada ya. Yo lo que quiero es regresar a mi casa y que mi marido me perdone porque no me parece a mí que haberle amputado un dedo, sea como para tanto desprecio. Tú ya sabes que siempre ha sido un hombre muy dócil y muy buena persona; que sus reacciones —incluso sus reflexiones— son medidas, ponderadas y certeras. Por eso no entiendo este desatino, este querer apartarme de todos. Ay, Deisita, déjame que te cuente, porque igual tú solo sabes lo que él quiere que sepas, amiga,

INMÓVIL

"Nadie se atrevía a moverse. Ni cuando nos quedamos a oscuras". El escritor deja de teclear y traga el sorbo más amargo. Suspira. Hace una eternidad de cuarenta y ocho horas que no se ha levantado de la silla más que para ir al baño, ahogarse en la inmensidad de la pantalla o sabotear su alma.  Con los ceniceros llenos, aún espera que ella esté viva.

ERES LA SIGUIENTE

Últimamente me acuerdo mucho de nuestra infancia y la verdad, no sé por qué. Sobre todo, del olor a jazmines podridos la noche que decapitamos a la Nancy. La Nancy que era tan buena, tan cojita, tan de pueblo. Con su olor a Rexona y a sobaco acre. La Nancy, mujer, ¿no la recuerdas? Tú la querías mucho, a pesar de que sus besos pinchaban; para ella fuiste su mejor proyecto. Mientras a ti te hacía natillas con galletas María flotando encima, a mí me estampaba contra la casita de madera... Sí, tú la querías mucho, pero yo sabía que el miedo que me tenías era mucho mayor y por eso, me seguiste -obediente- a a cocina, a por el machete de carne de mamá. Tú, siempre tan calladita y sumisa.